Después
de habituarnos un poco al estilo de vida de Japón, tan destino al que estábamos
acostumbrados últimamente, y a la educación elevada a la décima potencia, comenzamos
a disfrutar de cada pequeño detalle, cosa que aquí se cuida mucho. Los detalles
son lo más importante y lo que hace que todo tenga ese encanto especial.
Caminamos
por las calles decoradas de cerezos en flor, nos cruzamos con las geishas que
acostumbramos a ver por televisión, vimos entre los tejados asomar templos de dimensiones increíbles y belleza inigualable, y así nos fuimos enamorando poco
a poco de éste país y su llamativa cultura.
Raquel,
como buena amiga y anfitriona, nos quiso enseñar un poco más del encanto que
rodea a TOKYO, así que nos subimos al tren y nos encaminamos para disfrutar de
un día por “HAKONE”.
(Éstos japoneses... se duermen en cualquier sitio...)
Para
variar, siempre hay algún español suelto, y como algo que nos caracteriza es no
hablar precisamente bajo, pues… nos encontramos por el mundo. Ésta vez
conocimos a dos chicos (Víctor y Miguel), y se nos unieron para recorrer la
zona.
Por
Hakone caminamos entre “toris”, montamos en barco, visitamos templos y llamamos
a los dioses para que nos echaran una manilla con esos pequeños deseos que todos tenemos a cambio de unas monedas. También nos llegó la suerte escrita en japonés (que según
la traducción era bastante buena!), e incluso el destino quiso que pudiéramos
ver con mucha claridad el monte FUJI, ya que según dicen: cuando una joven y
bella dama va a verlo, se suele esconder entre las nubes… Nosotras no debimos
de intimidarle tanto… ;)
Pasamos
unos días increíbles en Tokyo, y sobre todo con mi amiga de toda la vida. ¡Que
ganas tenía de conocer de cerca ese mundo que siempre me cuenta, y que me
costaba tanto imaginar de una forma real!
Para
nuestra sorpresa, tanto Motomiya como Raquel nos tenían preparada una última
cena de despedida. Si, en un restaurante, pero no en cualquiera, en el mejor.
Un local de altura, y no solo por la calidad sino porque se encontraba en la
planta 53 de uno de los edificios más altos de Tokyo. Desde las cristaleras teníamos
controladas todas y cada una de las luces que estaban encendidas en la ciudad.
El
menú nos dejo sin palabras, y la compañía... la mejor. No podía haberse rematado mejor
nuestra estancia y terminar tan agradecidos.
¡GRACIAS POR TODO!
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