Nos despedimos de Laos, pero no sin antes:
Pasear entre sus elegantes y tranquilas calles ,
recorrer cada pequeño rincón de sus múltiples templos,
mirar con dulzura por penúltima vez al Mekong (ya que pronto le volveremos a ver),
madrugar para ver a los monjes recogiendo ofrendas al
amanecer,
estudiar cada puestecito del mercado nocturno,
y dejarnos sorprender con los mercados diurnos.
Tampoco podiamos abandonar Laos sin bañarnos en las
azules aguas de “KUANG SI WATERFALL”.
Y caminar por la tierra de nadie, entre las fronteras que separan Laos de Vietnam.
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